sábado, 21 de mayo de 2011

El arte de contar historias

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Machu Picchu, domingo 26 de junio del 2005
A todos nos marca algo, una canción, un libro, un cuento, un maestro. Todos ellos cuentan una historia, y si es buena y llega en el momento justo, nos dejará una huella imborrable durante toda la vida. La historia que uno escucha no es en sí lo que marca a la persona. Es la enseñanza que deja y que se interioriza.

A mí me marcó un viaje, una beca, se llama Ruta Quetzal. Tuve la dicha de tejer la historia que me marcó de por vida. Abarcar toda la Ruta en este texto es imposible. Pero contaré un poco.

Nazca, junio 2005
Fue en el 2005, a mis 17, me fui un 17 y  era el día que cumplía 17. Yo era parte de un trío que tenía la responsabilidad de representar a El Salvador durante seis semanas  ante otros 314 jóvenes de 53 países. Visité Perú y España. Fui a Iquitos, al Amazonas, Cuzco, Machu Picchu, Nazca, Huancavelica, Lima, Madrid, Toledo, Valladolid, Burgos, el País Vasco, San Sebastián, Bilbao, entre otros. Conocí en persona a Sus Majestades los Reyes de España. Tengo amigos de España, México, Honduras, Guatemala, Costa Rica, Paraguay, Chile, República Dominicana, Alemania, Perú, Argentina y otros. Dormí  en hamacas, tiendas de campaña, al aire libre y solo tres noches sobre una cama. Recibí excelentes  conferencias y talleres de locución, historia, literatura. Fui a museos, ruinas, palacios, catedrales. Salí de mi casa por primera vez, conocí otros lugares, otras costumbres, conversé por horas interminables en carretas sin fin con un abanico de pensamientos.

¿Qué me marcó tanto y fue mi mayor aprendizaje? Aprendí mucho acerca de la  amistad. Esos comportamientos que no se ven pero al mismo tiempo son tan evidentes. Hice amigos del alma con los que lloré como espero nunca volverlo a hacer durante la despedida y al volverles a ver produce una alegría inmensa. La Ruta tuvo sus momentos incómodos. Pero a pesar de ellos, o tal vez por ellos, algo inexplicable pasó, de ser extraños pasamos a ser amigos, después nos convertimos en hermanos. Aún con las distintas nacionalidades y pensamientos la amistad surgió. La distancia y el tiempo no le hacen mella, el inconmensurable cariño está intacto.

Lo interioricé y nadie me puede decir que la amistad no existe, que no puede surgir en situaciones adversas. Es más, es en esos momentos en que se consolida una amistad y a veces hasta se crea una. No todas las personas congenian entre sí, ni serán amigos. Tal vez no comparten más que unas palabras. Pero se pueden llegar a entender. Que me digan “el entendimiento es imposible” simplemente no lo aceptaré. Tengo ese principio muy arraigado.

Por ello, estoy 100 % segura que los salvadoreños podemos ser amigos y entendernos. Tenemos más cosas a favor y en común que en contra. Muchos me dirán que es un optimismo excesivo. Tal vez, pero no me engaño. Sé que es un camino pedregoso, cuesta arriba, y largo. Pero no imposible. El final del siglo XX marcó a El Salvador con una guerra civil.  Espero que las primeras décadas del XXI cuenten historias opuestas a una guerra.

¿Cuál es la historia que tú quieres vivir y contar? ¿Cuál es la historia que quieres que te marque? ¿En cuál aplicarás tus talentos y los harás arte?  A mí ya me marcó una, pero me muero por qué me marque otra. Y espero que, como en la Ruta Quetzal, no esté sola. No quiero que sean solo jóvenes esta vez. Esta vez quiero que me acompañen el resto de mis compatriotas, desde los protagonistas de las décadas pasadas hasta los niños que están naciendo. Quiero que a mis hijos los marque la historia que se escriba en El Salvador en esta década. Pero que sea para bien, un buen ejemplo. Quiero que todos los salvadoreños tejamos juntos una historia que nos marque, que seamos artistas en el arte de contar historias.